viernes, 6 de diciembre de 2013

Estoy encaprichada
el sentimiento de furia e impotencia
me atraviesa de manera inevitable
                                           catastrófica
                                                   catatónica
Quizá sigo siendo la niña que pensé que fui.
Quizá simplemente soy así,
un arquetipo de persona demasiado matizada
llena de bordes, demasiados límites
que me arrebatan la forma y me desintegran.

Quizá soy demasiado unidimensional
y no puedo aceptarlo
por eso me impregno de palabras complejas
de trascendencias, de ideales
de vahos exóticos
de miles de clichés aspirantes del estilo elevado que usó
mintiendo, como todos, Dante
                                         o algún otro.

Pero quizá aún estoy encerrada
en el centro de lo incomprensible
y cada sílaba es un grito callado
en medio del cataclismo, del sismo
                                          descompensador
                                                          ficticio
                                                              real
mientras el sonido son las murallas chinas
que me contienen evitando que rebalse
que me exceda,
que viva más allá de mis límites pequeños.

Por eso me encapricho
en vencer mis ataduras
pero me someto a abandonarme cuando fuerzo
el destino de mis dedos en las letras
cuando castigo al verbo más puro
por no dejar de parafrasear mis mismas promesas.

Quizá la solución simple es ser
ser agua, tierra, fuego
o aire
probar y degustar cada molécula del mundo
para descubrirme sensorial, metafísica, mentirosa
como me devuelva el espejo en mis infinitas formas
en mis limitados átomos que nunca se quedarán quietos
que no me dejarán jamás descansar en paz.


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