sábado, 13 de junio de 2015

Guadalupe tiene frío

   Guadalupe tiene frío. Su castillo se llenó de estalactitas saladas. A Guadalupe le gustan las olas, pero esta vez sólo las mira callada. La alfombra está húmeda y blanca, la ropa mojada. Los ojitos con las pestañas corridas. Guadalupe está enojada y serena, pensante. No es que a Guadalupe no le guste el olor a mar, de hecho le fascinan los brillitos de luz sobre las olas; pero no le gusta que su palacio esté empapado.
   Guadalupe no sabe muy bien lo que pasó. Dormía sueños borroneados hasta que se despertó con el agua en la garganta, con la ventana abierta, con espuma brotándole de los ojos. Guadalupe sintió el frío que te abraza hasta los huesos y no se quiere despegar. Guadalupe vio el desorden de su palacio que no era de cristal. Guadalupe se rompió en el vestido largo que le cubría los hombros, los tobillos y lo que no se puede tocar. Guadalupe se sintió profundamente invadida por las olas, por sí misma.

   Guadalupe tiene un frío insoportable sobre los hombros, tiene un caos en el centro de su lugar. Pero, lo que más le molesta a Guadalupe, es tener que ordenar. 

Guadalupe

    Guadalupe es una nena que mira. Construye entre las pestañas el mundo que alguna vez tocará con las manos. Pero Guadalupe no tiene cuerpo. Guadalupe no conoce su cuerpo, no conoce el cuerpo que puede dibujar en el ensueño. Se siente sola, como en centro de la circunferencia que supone, en un desierto lleno de personas. Guadalupe es chiquitita y desconoce los límites y las raíces. No sabe que tan alto vuelan los aviones o que tan profundo es el centro del suelo.
   Pero los ojos de Guadalupe son los únicos que pueden saber, porque el resto no existe. Lo que no ven, no existe. Porque juega a no existir. Porque tiene miedo. Porque tiene juegos grandes que no entran en el mundo, ni en el cuerpo que no conoce. Guadalupe juega a no conocerse porque sabe que no es lo que quiere. Guadalupe piensa que sólo cuando mira, siente. Guadalupe esconde un abismo interno que se deshoja en el mundo de sus ojos. Guadalupe juega a estar sola porque si no puede llegar a ser. Y ser le da miedo.

   Guadalupe niega alguna vez haber escrito esto. Porque para escribir se necesita el cuerpo. Y Guadalupe no tiene cuerpo.

lunes, 1 de junio de 2015

No iré a la luna

Yo no fui a la luna. Fui mucho más lejos.
Porque el tiempo es la mayor distancia
entre dos lugares. 
T.W.
En este piso todavía hay una sombra pequeña que salta las líneas de las baldosas.
En esta baldosa, aún respira una niña que quería crecer sin dejar de jugar.
En este techo, que no es ese,
todavía
siento el miedo a que me lleven los perros
o peor aún, a tener que correr a ser gatos.

Respiro y siento la cicatriz de mi primera tortícolis.
Huelo la comida de mi abuela a las once y media.
Escucho una bocina.
En este mismo punto de la tierra
(que perdió los primeros ojos que lo vieron)
hay un camino de huellas chiquititas.
Hoy, en un rincón de un lugar cualquiera,
ya no existe lo que yo quería que exista.
La tela se resbala por tu hombro. Es un correr de gota lento, fugaz y tibio.
No puedo dejar de imaginarte como el camino infinito de tu ropa. Un límite entre el cielo y el suelo, cuyo recorrido es inabarcable. 

Demás está decir lo que espero de tu boca cuando beso.
Demás está decir lo que espero de tu hombro y de tus pecas.
Demás está decir cómo siento la caricia que nos recorre.
Demás está decir que quiero recorrerte en laberinto.
Demás está decir que no llegué a acordarme de que no quiero volver.
Demás está decirte…

Los pétalos de los yuyos húmedos que aún no tocaste, se marchitan.
Mis ojos te dibujan en el aire. La suspensión es sucesiva en el movimiento.
Quiero que lo cantemos con sonrisa.
Ojalá supieras que te miro, que te beso y te recorro.
Ojala que lo sepas y que no me conozcas.
Ojala que lo sepas y, sin conocerme, me permitas caminarte.

En tu cuerpo hay una proyección de lo que anhelo.
En tu cuerpo hay un mundo disfrazado con tu espalda.
En tu cuerpo hay una casa que me alberga y da calor, cuando el recorrido se cansó de comenzar en los zapatos.

La tela, que aun corre por tu hombro, te desnuda.
La tela, que yace en mis manos me abre la puerta al descanso con el que comienzo mi viaje.
Y, mi viaje, es el otro.

Vos.