Guadalupe es una nena que mira. Construye entre las pestañas
el mundo que alguna vez tocará con las manos. Pero Guadalupe no tiene cuerpo.
Guadalupe no conoce su cuerpo, no conoce el cuerpo que puede dibujar en el
ensueño. Se siente sola, como en centro de la circunferencia que supone, en un
desierto lleno de personas. Guadalupe es chiquitita y desconoce los límites y
las raíces. No sabe que tan alto vuelan los aviones o que tan profundo es el
centro del suelo.
Pero los ojos de Guadalupe son los únicos que pueden saber,
porque el resto no existe. Lo que no ven, no existe. Porque juega a no existir.
Porque tiene miedo. Porque tiene juegos grandes que no entran en el mundo, ni
en el cuerpo que no conoce. Guadalupe juega a no conocerse porque sabe que no
es lo que quiere. Guadalupe piensa que sólo cuando mira, siente. Guadalupe esconde
un abismo interno que se deshoja en el mundo de sus ojos. Guadalupe juega a
estar sola porque si no puede llegar a ser. Y ser le da miedo.
Guadalupe niega alguna vez haber escrito esto. Porque para
escribir se necesita el cuerpo. Y Guadalupe no tiene cuerpo.
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