viernes, 21 de agosto de 2015

marchitate

sólo quiero que desaparezcas plenamente
        que agotes tu potencialidad
que tus olores se vuelvan tenues como las flores
                                                                     presas
 que quedan marchitas
                          por siempre
leyendo
   secretamente
el corazón de un libro

domingo, 9 de agosto de 2015

- Tata, contame, ¿que mierda tenés en contra del universo?
- Si te contara, no lo entenderías.

Relojes descosidos.
En frente una flor
sus pétalos se deshojan solos
se desarman.

Espectadora quieta, paralizada
un hechizo congela mis músculos por dentro, fuerzan una mueca.

El mundo se dedica a suceder
bailando entero sobre el mundo.
Las cosas se deshacen, se realizan.
La gente llora.
Los gritos van lijando mis oídos hasta el punto de oír lo impresindible.

La flor se bambolea con su último pétalo en la mano.
Yo sigo detenida en ese instante donde la esperanza reconstruye el imposible.

sábado, 8 de agosto de 2015

Secreto del búho

   Hay sonidos huecos que quieren describirla, pero no pueden. Ella vive en el centro de un árbol mágico que a veces llora, a veces ríe o se esconde. Tampoco sé de que color es su pelo. Su nombre está oculto en los dedos del tiempo sucesivo que galopa sobre nosotros y nos arroya. Sólo la vemos cuando el vacío del cuerpo decide pasarse a visitar o cuando la memoria, en esos días que uno se pone a jugar, la dibuja en los espejos de las ausencias.
   Una vez le vi las manos. Tenía líneas que contaban su futuro, como todas las manos. Las pude leer. Era la heroína de un pueblo de cabezas tristes. Tenía una daga chiquitita para matar el agua salda que se ensucia al escaparse del mar. Tenía, entre los pliegues de los dedos, la sombra de los que cargan un sol en la espalda. Leí, como nunca pude ver en otra palma, un andar apesadumbrado, el anticipo de su sonrisa. Casi casi que adiviné por un segundo el color de sus ojitos (el mayor de los misterios de la magia). Pero los instantes son instantes, no lo suficiente.
   La seguí buscando por los míos. Había una gota de mi que no se resignaba a las rayas de las manos, que se olvidaba de las esperanzas gitanas y buscaba otras. Buscaba, porque en el sin fin, en el hastío, en la desesperación, incluso en la puerta diminuta tras la cual se esconde la muerte, sentía que podría encontrarla. La tortura de la esperanza se había ceñido a mi como el recuerdo de los dedos escurridizos.
   Con el tiempo y su transcurrir inevitable, los pasos se me hicieron latigazos, Cada posibilidad me mostraba una cara negra de imposible. No diré que me rendí, porque la mentira todavía no me ha mostrado todos los dientes. No sé si es posible rendirse una vez que le viste la mano. Tampoco pretendo que lo comprendan, sólo quiero comunicar de algún modo esta búsqueda de vidrios rotos en la que me sumerjo un poco todos los días. La vela chiquitita que mantiene encendida la pregunta que me carcome todos los huesos.
¿De qué color tendrá los ojos?