lunes, 12 de enero de 2015

Comunicado o cursilería con humor - nivel Tierra

señor Usted:

Me gustaría decirte que somos de un planeta extraño y que nos secuestraron juntos para ver si, como ratitas de laboratorio, nos encontrábamos en esta tierra ajena y dispar. Que, en realidad, pertenecíamos a un lugar avanzado, no cargado de robots, pero con una filosofía de naturaleza en una paz y humanidad pura donde la atmósfera era mágica. Donde, de de hecho, había magia para todos, y todos eramos magos que sabían lo que querían ser. Un planeta de colores azulados y anaranjados, inundado de colores. Una especie rara de humanidad en lo que todo era posible. Me fascinaría decirte que eramos estos seres puros que fueron secuestrados por investigadores de un planeta rojo de máquinas y nos borraron la memoria. Pero no.
Por alguna razón somos seres de lógica terrestre que coincidieron en este rincón del tiempo-espacio para mirarse a los ojos y contarse secretos por celular. Para buscar un banco de la plaza, enfrente de colectivos destemplados, esperando a que se largue a llover.
Así nos funciona este planeta, esta naturaleza de aire contaminado por la gravedad que nos complica y nos ata a un piso que quiere aprender a volar, mientras jugamos (porque jugar es lo más verdadero de la magia) a mirarnos y besarnos y esas cosas que guardamos en algún no lugar de la arena de los pies o de la sal de las manos. Nos sucedemos mutuamente, reconstruimos tiempo, creamos espacios y nacemos agua.
Usamos verbos en una primera persona que no está sola. Usamos azúcares burdos y cotidianos para enamorarnos. Y nos mentimos tratando de decir cosas que no entran en las palabras que conocemos ni en las que no podemos conocer.
Pero bueno, aunque no pueda decirte eso, te digo que en nuestra humanidad aprendemos a ser felices en el universo y que de pasada, al mejor estilo ganga argentina, estamos juntos.

señora Yo.

Agazapada

Sombra sola bajo una luz amarilla y diminuta. El aire se disfraza con la tela negra que cubre las ventanas. Los ojos cerrados. De alguna manera todo se va desenredando en el reloj que sueña en el pecho. Los minutos no son libres pero corren. La frente pegada en las rodillas porque levantar la cabeza es realidad y la realidad no existe. Es por momentos inevitable pensar pensar pensar en el círculo de los golpes de tiempo. El dolor de que te fuiste destroza. Quizá se pasaría con una lágrima tuya, a fin de cuentas es igual de inevitable el esperar cosas de la gente, de nuestras personas. Todos esperamos que algo pase, que nos quieran, que se equivoquen, que sufran por nosotros. No hay mayor dolor que serle indiferente a quien uno ama. Son letras más reales que levantar la cabeza aunque tengan gusto a refranes gastados teñidos de rosa. La luz amarilla tiembla.
Una mujer vestida de rojo se proyecta con paso seductor en la habitación. Marca en el suelo el círculo del reloj que dibuja el aire en las cortinas. Su mirada negra atraviesa la nuca de la sombra, de la silueta, del cuerpo. El aire cómplice asfixia el par de pulmones. Ella no respira. La habitación pesa en la conciencia de que todo es cuerpo, en el vacío del vacío. La sombra de cuerpo sigue allí y quien corra las cortinas la hallaría sola, esperando el mismo vacío de los pasos rojos invisibles que la acechan sin muerte, sin diablo, sin vida. La verían con el miedo de perder la luz amarilla, de que la dama secreta le robe su última compañía. La verían sin verle los ojos. La verían con lecturas que reflejan lo que quieren ver. La verían sin ver su miedo secreto a la soledad.
Pero no pueden verla, porque las ventanas tienen cortinas, y las cortinas son negras.