miércoles, 13 de noviembre de 2013

Un tango...

El aire lento, condensado, espeso. El volado de satén negro danza elegante sobre mis muslos; los labios rojos, la rosa negra y tus brazos. Solo soy un susurro en la atmósfera contaminada. Una pequeña ráfaga impulsada en la quietud, en la niebla púrpura y azulada, perfumada de oscuridad y ausencia de luna, interrumpida por una única luz: la mirada.
Cuatro faroles en uno, imantados, dos pares de luceros, claros y oscuros. Avellanas que penetran el silencio, que cantan el mundo de arrabal; flores celestes y amarillas, arabescos, que detallan una irremediable atracción, una perdición definida en el pecho trémulo.
Ni suspiros se escapan, retenidos en un único sonido entonado en palpitares, un ritmo frenético que guía el trazo de tus dedos en mi espalda, de mis manos por tus hombros. El compás de los tacos, los mocasines, de los pasos; el enredo armónico de nuestras piernas jugando al amague, al borde, al límite de la locura derramada de la voz ronca y resignada del bandoneón.
La calle no es más que una escusa para no permanecer estáticos, para trasladar el peso, para evitar el paso, para permanecer eternos en la sumisa cadencia del traspaso, de la rebeldía, de la fuerza que nos llevó a ese instante que no deja de suceder paso tras paso, en cada movimiento de las manos.
El farol callado observa testigo esperando en estampa un detenimiento efusivo, un estático cruce de miradas. Espera melancólico el final del juego, del ritual donde la hembra y el macho fingen el apareamiento, donde como pavos reales extienden sus encantos. Espera, fantaseando, con piernas como las nuestras acariciando el pasto, la arena, la baldosa, los adoquines mojados, para ser indiferente a la lluvia que quizá nos esta mojando. ¿Pero qué importa? Nosotros tenemos brazos, tenemos piel, tenemos sangre, corazón y quizá cerebro; tenemos instintos que nos guían desarticulando un rito, extendiendo al máximo pasos sin gritos, gritando en ojos y carne lo vivido. Tenemos un alma que confluye entre nosotros como agua, tenemos el alma que viaja del bandoneón a las entrañas, que nos propone un viaje, que quiere perderse y olvidarse. Y tenemos presente que da paso al olvido, que nos hace saber sin ser conscientes de tus brazos en los míos, de tus dedos en mi espalda, de nuestras piernas enredadas, de tus vicios en los míos.

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