domingo, 31 de enero de 2016

El imperio de los cascarudos

Hace mucho que no escribo
y los dedos se me secan.

Por la ventana caminan cascarudos.
El paso de sus pasos acompasa mi espera constante,
mi espera muda y disfrazada de tiempo,
de acción,
de proyectos que se realizan en los reflejos,
en los espejos de un futuro lejano,

Cada vez soy menos honesta.
Cada vez los mensajes de mi cuerpo se vuelven más indescifrables.

Hablan un lenguaje que me es ajeno
y propio
y absurdamente mío
(asquerosamente mío)
mío hasta morirse de mi esencia
pero no lo entiendo
y no puedo
no puedo
no quiero
no siento entenderlo.

Se parece más al de los cascarudos.
Quizá un día construyan un imperio para conquistarnos y me lo expliquen
con sus bocas amorfas y  sus lenguas largas,
con sus dientes picudos,
sosteniéndome entre sus alas replegadas en negro,
apretándome con sus patas duras la garganta.
Mirándome con párpados caidos,
diciéndome, gritándome con chillidos, mientras muere lentamente mi madre
 que si hubiese sabido escucharme,
si me hubiese sumergido lo suficiente en el fondo de mi misma,
si en vez de evadir al mundo hubiera buscado mis caras en el reflejo,
si no me hubiera tapado los oídos,
si no hubiese fingido el dolor
quizás
los hubiera detenido.

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